Saturday, June 26, 2010

Los Recuperadores – parte 1 (LADCA No. 5, Vol 3)

El mar estaba movido y no era de extrañarse, las costas de Trebaz Sinara eran de las más peligrosas de alcanzar en los Principados después de todo. La Zaarita había seguido una ruta algo extraña para llegar hasta la isla, partiendo desde Regal Port, rodeando Orgalos por el oeste y acercándose a Trebaz Sinara justo antes de divisar el estrecho de Port Verge más al norte. El viaje había sido guiado por los Recuperadores, quienes al parecer conocían esos mares muy bien y sabían cómo evitar las peores corrientes.

Todo estaba saliendo a pedir de boca y obviamente no podía seguir así. Ya el plan de liberación había sido algo descabellado, extender todo por tres semanas hasta que estuvieran listas las armas que les estaba preparando Achtun Datsun fue arriesgado; pero que además los Recuperadores les ofrezcan una cuantiosa recompensa por su rescate, y que les pidan ser llevados hasta su guarida, donde podrían encontrar el altar que les mandó a buscar Ryger… ciertamente no podía seguir así.

“Capitán Albatros,” dijo Mitos, cómo se hacía llamar el gnomo que se comportaba como el líder de los Recuperadores, “debemos dirigirnos hacia el este hasta pasar aquellos riscos. Ahí hay una playa donde será más fácil desembarcar. Y dígale a su tripulación que no haga mucho ruido, no queremos llamar la atención de los dragones tortuga que habitan estos mares.”

“No hay problema,” respondió Alquimio Batros con una sonrisa. “Segundo, ya escuchaste, rumbo al este hasta pasar aquellos riscos.”

“Ah, y otra cosa, a mis compañeros y a mí nos gustaría adelantarles un obsequio muy especial por todo lo que han hecho por nosotros; además del tesoro que ya habíamos acordado por supuesto, aunque eso será cuando desembarquemos. Si nos permiten ahora ir a nuestra habitación para preparar la sorpresa…”

“No se diga más, tómense el tiempo que necesiten que nosotros estaremos aquí esperándolos,” y Albatros saludó al gnomo con una exagerada reverencia.

Pero el tiempo que los Recuperadores decidieron tomarse fue extrañamente largo, y la sorpresa fue que, a diferencia de Albatros y su tripulación, los ex prisioneros de Ryger no estuvieron ahí esperándolos cuando fueron a buscarlos.

“¡Malditas sabandijas!” se quejaba Alquimio Batros mientras regresaba a cubierta después de dar vuelta al camarote de sus ex-invitados y aceptar que se le habían escapado frente a sus narices. “¡Ya no se puede confiar en nadie, a donde va a ir a parar este mundo!”

“Capitán,” lo interrumpió Segundo tímidamente, “no es que quiera contradecirlo, pero ¿no planeábamos nosotros robarles y entregarlos a Ryger?”

“De parte de quien estás, bardo doble cara,” respondió Albatros, justo cuando la Zaarita golpeó su casco contra algo bajo el agua y se tambaleó, arrojando a más de uno al suelo.

“¡Capitán!” se oyó un grito desde lo más alto el mástil mayor, “¡hemos chocado!”

“…” Alquimio Batros no se sentía con ganas de responder a aquel comentario. La Zaarita seguía avanzando pero empezó a ladearse, como si algo estuviera levantándola desde abajo.

“¡Dragón tortuga!” gritó Tholo Lacs al asomarse por la borda.

barco-dragon tortuga v3

Albatros corrió a posicionarse en el timón, viró todo a estribor y puso a La Zaarita en sotavento. Un largo cuello y una cabeza crestada, ambos color verde claro, salieron del agua y los temores del ninja/pirata se volvieron realidad: un dragón tortuga se disponía a disparar su breath weapon contra la embarcación. Las afiladas fauces de la bestia se abrieron y un gran cono de vapor salió de ellas, casi alcanzando el castillo de popa de la Zaarita, que por escasos pies se había salvado.

El monstruo intentó perseguir a la Zaarita pero sin éxito. Al parecer no solo se trataba de uno de los barcos más rápidos de los Principados Lhazaar, sino que además, con viento a favor, era más rápida que un dragón tortuga. Aún así Albatros no quiso arriesgar su preciado barco (ni su pellejo), y se alejó de la playa en la que supuestamente debían desembarcar. Aquella iba a ser la última vez que confiaba en los Recuperadores, pensó.

Barra Bandera Albatros

Para cuando la Zaarita encontró una caleta accesible, ya había pasado un buen par de horas desde que los Recuperadores se habían fugado de la embarcación. Albatros y el equipo de asalto subieron al castillo de proa y se quedaron viendo el espectáculo que tenían al frente. Si la mitad de las cosas que se decían de Trebaz Sinara eran ciertas, se trataba de un lugar muy peligroso (los dragones tortuga que poblaban sus aguas eran solo el comité de bienvenida). La isla escondía supuestamente un tesoro de dos mil años de antigüedad, desde piezas de oro y dragonshards, hasta reliquias; cortesía de incursiones piratas y tumbas aún más antiguas. De ahí solo los más experimentados podían tener esperanzas de salir vivos, por lo que solo desembarcaron Albatros, Tedes “el chico” y Tholo Lacs, mientras el resto de tripulantes de la Zaarita dejaban todo a punto en el barco en caso algo saliera mal y tuvieran que salir rápido de ahí.

El desembarco en la playa fue un poco complicado, pero nada extraordinario para tres viejos lobos de mar (algunos más viejos, otros más lobos). La playa de arena gruesa y piedras solo abarcaba una franja de unos 20 metros, luego daba paso a un espeso bosque detrás del cual se podía ver una cadena de montañas.

“Ahora para dónde,” preguntó Tedes, el chico, con cara de que los bosques espesos en islas habitadas por monstruos no eran un buen lugar para perderse.

“Su guarida debe estar en las montañas,” respondió Tholo Lacs, confirmando tácitamente los temores del mago halfling, “al menos es ahí donde yo la tendría.”

Albatros asintió con la cabeza y luego agregó, “y no es que tengamos un mejor plan.” Lo que no terminaba de gustarle a ninguno de los tres era que para llegar a las montañas tendrían que cruzar el bosque.

Los piratas se introdujeron en el bosque y caminaron un buen trecho. La luz del sol apenas atravesaba las tupidas copas de los árboles y todo estaba en penumbras, a pesar de ser casi medio día. Desde donde estaban les resultaba difícil ubicar la montaña y presentían que no pasaría mucho tiempo antes de que terminaran de perderse, cuando una extraña voz los saludó.

“Quienes son y que hacen aquí, forasteros,” dijo la extraña voz detrás de ellos. Los piratas se dieron vuelta mirando de un lado a otro, tratando de ubicar donde podría estar quien les hablaba.

“Mi nombre es Alquimio Batros,” dijo el capitán de la Zaarita girando y dando un paso adelante, con la esperanza que la voz siguiera hablando y pudieran ubicarla. “Estos son mis chacales.” La voz no respondió (cosa extraña en una voz, pensaron, porque no es que pueda hacer mucho más que eso).

“¿Por qué mejor no nos dices tú quien eres y dónde estás?” intervino entonces Tholo Lacs.

“¿Son depredadores? ¿Han venido a atentar contra la isla?” volvió a preguntar la extraña voz, nuevamente a espaldas de los piratas.

“¿Atentar contra la isla?” dijo Tedes, el chico, en voz muy alta para asegurarse de ser escuchado. “¿Qué crees que somos, isloristas?”

“¿Isloristas?” preguntaron a la vez Albatros y Tholo Lacs, mirando a su compañero y olvidándose por un segundo de la extraña voz.

“Como terroristas, pero de islas,” se apresuró a responder el mago halfling.

“Terroristas viene de terror, no de tierra,” acotó el ninja/pirata con cara de no creer que tendría que explicar aquello.

“Ah, lo siento, las letras no son lo mío,” se disculpó el más joven de los Atoro, antes de volver a alzar la voz. “¿Entonces crees que somos terrorislas?”

“Ustedes tratan de confundirme,” dijo la voz, esta vez sobre sus cabezas, “pero no resultará.”

“De acuerdo,” intervino Tholo Lacs que empezaba a aburrirse, “si no quieres decirnos ni tu nombre entonces no tenemos nada más que hacer acá. ¡Buenas tardes!” y el ninja/pirata empezó a caminar nuevamente, desapareciendo en el bosque, esperando que sus compañeros lo siguieran.

Albatros habló entonces, tratando de sacarle un poco de provecho a la situación. “Estamos aquí buscando a un grupo que se esconde en esta isla, extraña voz de poca paciencia. ¿Sabes donde podríamos encontrarlos?”

“¿A los depredadores?”

“Sí claro,” respondió rápidamente el capitán de la Zaarita, “a los depredadores. Hemos venido a encargarnos de los depredadores.”

“A Diáfana le encantará oir eso,” se escuchó decir a la extraña voz en un tono alegre.

“¿Y quién es esta Diáfana?” preguntó esta vez Tedes, el chico, que acababa de terminar de apuntar en su libreta de notas sus nuevos descubrimientos etimológicos.

“Es la ninfa con la que…”

“¿Ninfa dijiste?” regresó corriendo Tolo Lacs, sorprendiendo a todos no por su velocidad, sino por su buen oído.

“Sí, ella es la que…”

“¿Y dónde podemos encontrar a esta bella ninfa?”, volvió a interrumpir el ninja/pirata.

“Yo la puedo llamar, de hecho le encantará…”

“Si, a mí también me encantará.” Seguía interrumpiendo Tholo Lacs, “llámala por favor.” Y no se escuchó ninguna respuesta, solo el sonido del viento rozando las hojas de los árboles. Pero cuando los piratas empezaban a considerar proseguir con su camino, una hermosa mujer apareció acompañada de un sátiro.

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“Bienvenidos, salvadores del bosque,” dijo la ninfa con una dulce voz. “Mi nombre es Diáfana y no saben lo feliz que me hace tenerlos con nosotros. Aquinoacampus me ha dicho que ustedes vinieron para llevarse a los depredadores del bosque,” terminó de decir y esbozó una bella sonrisa.

“Sí, bueno…” comenzaba a decir Alquimio Batros cuando Tholo lo interrumpió.

“Estamos aquí para destruir cualquier mal que amenace a este bosque,” decía el ninja/pirata mientras desenvainaba una daga y peleaba contra un imaginario enemigo invisible. “Porque eso es lo que nosotros hacemos, salvamos bosques.”

“Qué bueno,” dijo la ninfa alegrándose aún más, aplaudiendo y dando saltitos, “¿y ya saben donde encontrarán a los depredadores?

“Ehhhhh…” Tholo Lacs se detuvo y empezó a rascarse la cabeza con la punta de su daga. “Bueno, sabemos que están en esta isla.”

“¿Tal vez usted podría guiarnos hasta donde ellos están?” dijo Tedes, el chico, que alternaba miradas entre la ninfa y el ninja/pirata.

“No conozco exactamente la ubicación de su escondite, pero sé que está en las montañas.”

“¿Y podrías llevarnos hasta ahí?” intervino Alquimio Batros.

“Será un placer,” dijo Diáfana juntando las manos y sonriendo nuevamente.

“Eso espero,” se apresuró a decir Tholo Lacs que guardó su daga y empezó a acercarse a la ninfa con una gran sonrisa en el rostro, cuando todo alrededor empezó a darle vueltas. Lo siguiente que supieron los piratas es que sus cuerpos se volvían inmateriales y que sentían que viajaban por el viento. Cuando recuperaron su forma normal se encontraban al pie de una gran montaña.

“Maldición, no le saqué su número,” decía Tholo Lacs mirando para todos lados buscando a la ninfa.

“¿Su número de qué?” preguntó Tedes, el chico, sintiendo que se perdía de un chiste.

“Andando,” dio por terminada la conversación Alquimio Batros y empezó a caminar, “no queremos que nos agarre la noche por acá.”

Los piratas empezaron a rodear la montaña en busca de algún camino o rastro que pudiera guiarlos hasta los Recuperadores. Eventualmente encontraron una derruida senda que subía un poco por la montaña, hasta lo que parecía ser una cueva. Llegaron hasta la cueva, que además de oscura se veía muy profunda; avanzaron unos 100 metros iluminando el camino con una luz que Tedes sacó de su manga, y llegaron a una puerta de madera.

“Esto déjenmelo a mí,” dijo Alquimio Batros, sacando su kit abre-puertas, pero no tuvo suerte.

“Mi turno,” dijo entonces Tedes, el chico, que tampoco tuvo éxito.

“Háganse a un lado y denle paso al maestro,” pero Tholo tampoco pudo violar la cerradura.

Los tres piratas se miraban desconcertados, no es que forzar cerraduras fuera su especialidad, pero haber llegado tan lejos para que los detenga una puerta era frustrante. Entonces Albatros se volvió a colocar a la altura de la cerradura, organizó todos sus implementos, giró la manija y la puerta se abrió, descubriendo una habitación no muy grande.

“Ya la había abierto,” dijo el ninja/pirata, pero nadie le hizo mucho caso.

Albatros, Tedes y Tholo entraron a la habitación, la cual contenía algunos estantes con pociones y libros, pero lo que más les llamó la atención fue un extraño artefacto un poco más alto que una persona, con un techo metálico en forma de cúpula y debajo de él un cilindro de apariencia gelatinosa, color rojo tirando para rosado. Los piratas buscaron alguna pista de que podía ser aquello en la habitación pero no encontraron nada, salvo unas extrañas inscripciones en la cúpula que ninguno pudo descifrar. Albatros trepó con mucho cuidado a la cúpula desde uno de los estantes para ver si había algo interesante ahí, pero el resultado fue el mismo.

“Esto es muy extraño,” dijo el capitán de la Zaarita desde la cima del insólito aparato, mientras desenvainaba una de sus dagas. “¿Creen que esta extraña gelatina se pueda…?” pero no llegó a terminar la frase, pues en el momento en que su daga tocó el cilindro para probar su consistencia, y ante la atónita mirada de sus dos tripulantes, Alquimio Batros desapareció de la habitación.

 

CONTINUARÁ…

1 comment:

Martin said...

Uy, qué bueno el final, y eso que yo sé qué pasa después. mismo las dos torres, con el héroe perdido, jajaja. Ya me está picando el rol de nuevo, pero creo que trataré de liberar la tentación metiéndole fuerza a lo del ninja, se me han ocurrido unas cosas...