Monday, July 19, 2010

La Fuente de la Eterna Sabiduría (LADCA No. 8, Vol 3)

El combate había terminado y los tres piratas iban siendo escoltados desde la arena hasta la habitación del Guardián, quien se encontraba sentado en su trono con una caja tallada en oro sobre su regazo. Alquimio Batros estaba de muy mal humor, había llegado hasta donde ningún otro pirata había llegado antes, y todo parecía haber sido en vano. Aún se maldecía por haber fallado ese último golpe.

“¡Bravo, bravo!” aplaudía el Guardián mientras los tres piratas entraban en la habitación. “Los tres sobrevivieron, pero solo dos de ustedes cumplieron su cometido,” la voz del Guardián era profunda y solemne ahora, y posando su mirada sobre el capitán de la Zaarita, continuó. “Sabían bien que era indispensable que quien quisiera utilizar el Poder debía derrotar a un adversario en la arena. Lo siento, capitán.” Albatros le devolvió la mirada incómodo, tratando de que no se le notara lo adolorido y agotado que estaba. “Tedes Atoro,” alzó la voz el Guardián, “acércate y pide tu deseo.” El Guardián abrió la caja dorada y una esfera transparente salió flotando de ella. El mago halfling caminó hacia la esfera y se detuvo frente a ella. “Ahora tócala y piensa en lo que quieras pedirle,” terminó de decir el Guardián.

Tedes, el chico, levantó una mano para alcanzar la esfera y al momento de tocarla ésta se volvió de color morado, generando un aura celeste que los rodeó a ambos; entonces el halfling cerró los ojos y dijo en voz alta: “Quiero ser el mago más inteligente del mundo.”

Esfera-FES

La esfera se volvió de un color azul muy oscuro y empezó a absorber el aura que había formado alrededor del halfling, llevándose con ella algo de vitalidad al parecer, pues éste empezaba a volverse más flaco y su piel se arrugaba. A los pocos segundos la esfera volvió a cambiar de color, esta vez a un verde muy claro, y comenzó a devolver a Tedes, el chico, el aura tomada. El mago halfling abrió los ojos nuevamente y retiró la mano de la esfera. Se vio la mano y la notó más arrugada y considerablemente más flaca, como envejecida. Sonrió y caminó en silencio a donde sus compañeros, parándose detrás de ambos. Albatros y Tholo no quitaron la vista del mago halfling ni un segundo y parecían preocupados, pero la tranquilidad de éste los hizo relajarse un poco.

“Tholo Lacs,” volvió a alzar la voz el Guardián, “acércate y pide tu deseo.” El ninja/pirata se volvió para ver al mago halfling, luego intercambió miradas con su capitán y levantando los hombros como excusándose caminó hasta la esfera, aunque se detuvo delante de ella sin tocarla. “Tócala y piensa en lo que quieras pedirle,” repitió el Guardián como la primera vez, pero el ninja/pirata seguía sin moverse. Tholo Lacs había esperado desde hacía mucho la oportunidad de poder pedir lo que quisiera, y ahora que la tenía se había dado cuenta de que no sabía exactamente lo que quería. Le tomó unos instantes pero finalmente pareció decidirse y poniendo una mano sobre la esfera dijo en voz alta: “Deseo poseer un poder fuera de este mundo.” La esfera cambió de color a un marrón verdoso muy oscuro y cubrió con un aura del mismo color a Tholo Lacs, pero rápidamente se volvió transparente otra vez tomando consigo el aura que cubría al ninja/pirata.

“¿Está hecho?” preguntó Tholo Lacs desconfiado, examinando sus manos sin notar cambio alguno.

“Está hecho,” respondió el Guardián abriendo la caja para guardar la esfera; y dirigiéndose a los tres piratas, añadió: “Eso es todo intrépidos viajeros, han sido bendecidos por el Poder, pueden partir ahora.” Y los despidió haciendo una reverencia con la mano.

Ninguno de los tres piratas se movió, como si supieran que algo más estaba a punto de pasar, y vaya si lo estaba. “Creo que el Guardián tiene razón,” habló entonces Tedes Atoro, el chico, con su nuevo aspecto que más lo hacía parecer ‘el viejo’. “Me temo capitán que es hora de seguir mi propio camino.” Albatros volteó a mirarlo sorprendido y sin saber que decir, definitivamente no se esperaba algo así. “Mi nueva y mejorada capacidad de raciocinio me ha hecho comprender rápidamente que no tengo nada más que hacer con ustedes. No lo tomen personalmente, fue divertido mientras duró, pero mi intelecto debe ser puesto al servicio de cosas más grandes que andar pirateando por ahí.”

“Pero…” fue lo único que atinó a decir Tholo Lacs.

“Ahora, si me disculpan,” continuó Tedes Atoro “o incluso si no lo hacen: fue una experiencia ciertamente interesante Alquimio, gracias por llevarme con ustedes; y Tholo, suerte, la vas a necesitar. ¡Buen viento y aguas calmas!, que pintoresco de verdad.” Y el mago halfling se dio vuelta y se alejó de los aún boquiabiertos piratas, que lo siguieron con la mirada hasta que se perdió en las ruinas de la ciudad.

“Interesante,” comentó el Guardián, quien tras guardar la esfera en la caja de oro había vuelto a su trono.

“¿Interesante?” lo interpeló Albatros por fin reaccionando, muy molesto y aún sin poder creerlo. “¿Interesante?… Crucé todo el continente para encontrar la Fuente de la Eterna Sabiduría, y no solo no he podido utilizarla sino que ahora pierdo a uno de mis más valiosos tripulantes. ¿Es eso lo que te parece interesante?”

“Pues no realmente, lo que me parece interesante es…”

“Te diré lo que sería de verdad interesante,” lo interrumpió Alquimio Batros dando unos pasos adelante. “Lo interesante sería comprobar si de verdad podremos echarnos a ti y a tus nueve monigotes antes de tomar la Fuente de la Eterna Sabiduría y largarnos de aquí.” Y tras decir esto el capitán de la Zaarita desenvainó su rapier y su varistola, con el anillo del Northseeker brillando en su mano derecha.

“¿Echarnos?” preguntó Tholo Lacs preocupado mirando alrededor, “¿así en plural?” Los nueve guardias apuntaron sus lanzas al frente y avanzaron hasta deternerse a un par de pasos de los dos piratas. El ninja/pirata suspiró resignado y desenvainó sus dagas. Alquimio Batros mientras tanto no retiraba su mirada ni su varistola del Guardián, quien a su vez lo observaba detenidamente, como tratando de descifrar si de verdad seguiría adelante con todo eso.

El ambiente se estaba poniendo muy tenso, estaba claro que ninguno quería ser el primero en atacar. Los guardias mantenían sus posiciones esperando solo la orden de sus superior, Albatros movía su rapier golpeando las puntas de las lanzas mientras Tholo Lacs se permanecía inmóvil, aún decidiendo quienes recibirían los dos primeros dagazos. La situación se estaba volviendo insostenible, cuando el Guardián rompió el silencio. “Eres muy valiente al tratar de tomar por la fuerza este Poder, Alquimio Batros, y muy estúpido al pensar que lograrás salir vivo de este templo.”

El capitán de la Zaarita imprimió una sonrisa de seguridad en su rostro, “Pues te sorprendería saber la cantidad de veces que esa combinación me ha funcionado.”

Los ojos del Guardián abandonaron un segundo los de Albatros para posarse sobre el brillante anillo que llevaba en la mano derecha, luego volvieron a dirigirse a los del capitán de la Zaarita. Por algún motivo ya no estaba tan seguro de que el pirata estuviera bluffeando, y no podía darse el lujo de pagar por ver; su deber era resguardar la seguridad de la Fuente de la Eterna Sabiduría, no aplastar humanos insolentes.“De acuerdo, te ofrezco un trato, pirata,” dijo en tono despectivo. “No puedo permitirte usar el Poder, pero puedo hacer que valga la pena tu viaje hasta aquí. Dijiste que buscabas la forma de recuperar tu sabiduría, pues puedo llevarte ante alguien capaz de hacerlo posible.”

“Te escucho,” dijo Alquimio Batros sin bajar la guardia.

“Pero antes debes jurar jamás venir en búsqueda de este Poder otra vez, jamás siquiera pensar en usarlo. No importa cuán desesperada sea la situación, no importa cuánto creas que es lo único que puede salvarte, este Poder está vetado para ti.” Albatros miró al Guardián un instante, luego asintió con la cabeza y guardó sus armas. Los guardias lo imitaron; Tholo Lacs, no.

“Ha sido una sabia decisión, capitán Batros,” y abriendo la boca de manera poco natural, el Guardián escupió una nube de humo que cubrió completamente al capitán de la Zaarita, desapareciéndolo del Templo.

Barra Bandera Albatros

Alquimio Batros abrió los ojos y echó un vistazo alrededor. Altas columnas de piedra se levantaban desde el piso hasta alcanzar un arqueado y bastante lejano techo; enormes ventanas iluminaban un gran ambiente repleto de altares y lo que parecían ser símbolos sagrados; y un hombre vestido con túnicas ceremoniales lo observaba con curiosidad. “¿Dónde estoy?” preguntó el capitán de la Zaarita al comprobar que no se encontraba en el templo de la Fuente de la Eterna Sabiduría.

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“Estás en Sharn, en la Catedral de la Flama de Plata,” contestó en tono pausado el hombre, quien se había acercado al desorientado pirata. “Mi nombre es Loross ir’Dyvan, alto clérigo de la Flama de Plata, y nunca había visto a nadie aparecer así de la nada en medio de la Gran Catedral.”

“Fue el Guardián de la Fuente…” empezó a decir Albatros pero su interlocutor lo detuvo con una señal de su mano.

“No me interesa quién, y por ahora tampoco el cómo,” decía el clérigo mientras caminaba alrededor de su interlocutor, examinándolo minuciosamente. “Pero el por qué, por otro lado, sí que se me hace intrigante.”

“Viajé hasta los Shadow Marches para recuperar…”

“Tsus, tsus,” lo volvió a interrumpir Loross ir’Dyvan, sacudiendo su mano como para despejar todas aquellas palabras. “Aquí, ahora, por qué estás aquí ahora.”

“Mi sabiduría,” respondió Albatros, “la perdí no sé cómo en una gelatina rosada gigante.”

“Ciertamente la perdiste, hijo,” respondió en tono risueño el clérigo, pero entonces notó algo que se le había escapado en su primera inspección, algo que lo estremeció, un anillo brillaba en la mano derecha del capitán de la Zaarita. Loross ir’Dyvan adoptó un tono mucho más áspero. “Qué es eso que llevas en la mano.” Albatros volteó ambas palmas hacia arriba y luego hacia abajo, mirándolas sin entender. “El anillo que llevas en tu mano derecha, ¿dónde lo conseguiste?”

Albatros levantó su mano hasta casi la altura de su cara y observó el anillo detenidamente. “Lo encontré en uno de mis viajes, en el Frostfell.”

“Eres consciente que ese anillo esconde un poder muy oscuro y peligroso, ¿verdad?”

Albatros frunció el ceño extrañado y volvió a mirar su anillo. “Pues la verdad yo no he notado nada muy oscuro ni peligroso,” dijo alzando los hombros y dejándolos caer nuevamente.

“Ya debes estar bajo su control entonces,” respondió el clérigo con voz fatalista, “me temo que es demasiado tarde, estás condenado. Se trata de un anillo de poder inimaginable, capaz de corromper a todo aquel que ose ponérselo.”

“¿Este anillo? ¿En serio?,” dijo Albatros mirando una vez más la joya sin terminar de creérselo. “Porque si es un problema me lo quito y listo,” pero no hizo ningún ademán por cumplir su ofrecimiento.

“No es tan sencillo,” expuso Loross ir’Dyvan resignado, “aunque quisieras, el anillo jamás dejará que te lo quites. Él controla tu mente, eres suyo ahora.” Albatros pareció deternerse a pensar en esa idea un instante, y llevándose la mano izquierda al dedo que llevaba el anillo, tiro de él. “¡Noooooo, cuidado!” gritó el clérigo cerrando lo sojos y cubriéndose el rostro con los brazos, pero nada hizo pum. Cuando Loross ir’Dyvan se descubrió Albatros lo miraba con los ojos bien abiertos y el anillo en la palma de su mano. “Pero cómo, es imposible.” Albatros sacudió la cabeza lentamente dejando muy en claro que no entendía lo que estaba pasando. “De acuerdo, tal vez no imposible, pero si altamente improbable.”

“Si lo quiere es suyo,” dijo Albatros extendiéndo la mano con el anillo hacia el clérigo, entonces se le ocurrió algo y agregó, “a cambio, claro está, de restaurar la sabiduría que cierta gelatina me quitó.”

“Extraño,” dijo el alto clérigo con una gran sonrisa en el rostro, “has hecho un gran favor a la Flama de Plata al traer aquí este artefacto del mal para ser destruido,” y con la punta de los dedos tomó el anillo y lo depositó en un pequeño cofre sobre un altar. “Respecto a tu pedido de Restauración, descuida que puedo lidiar con eso fácilmente, aunque me parece que ese no es el único de tus problemas. Puedo devolverte la sabiduría perdida, pero la experiencia de haber viajado a Xoriat no podré borrarla jamás.”

“¿Xoriat?” preguntó Albatros, el nombre le sonaba familiar.

“El plano de la locura, el reino de los Daelkyr. No tengo idea de como llegaste hasta ahí, dos veces incluso, pero viajes como esos dejan marcas y las tuyas son bastante claras.”

Albatros empezó a examinarse el cuerpo, tocarse la cabeza y olerse bajo el brazo. “¿Marcas?”

“Descuida, no son perceptibles para todos. Como decía, has hecho un gran favor a la Iglesia de la Flama de Plata y por lo mismo, además de la Restauración, serás bendecido. Has salvado incontables vidas al traer ese anillo aquí, lo justo es entonces que la Flama salve la tuya. Si me permites…” el clérigo se acercó al capitán de la Zaarita y poniendo ambas manos sobre su cabeza empezó a orar. Albatros sintió que una ola de cansancio lo invadía, hasta que el sueño lo venció y cayó rendido en el piso.

Barra Bandera Albatros

Alquimio Batros despertó en su camarote de la Zaarita, miró alrededor y sonrió. Después de dormir por casi tres semanas tras la bendición de la Flama le costaba diferenciar cuando estaba despierto y cuando soñando, pero ahora estaba seguro. En cubierta se escuchaba el alboroto acostumbrado y tanta normalidad no solía ser parte de los sueños del capitán pirata.

Albatros se puso de pie y se terminó de vestir. Sus botas de siempre, su sobretodo de aún más tiempo que eso, su sombrero y sus anillos. Miró la marca en el dedo medio de su mano derecha, recordó que ya no tenía el anillo del Aundariano Errante y lo invadió una sensación de vacío. ‘No es para tanto’, se trató de convencer a si mismo. Pronto estaría listo el nuevo anillo de Intermitencia que había encargado a Achtun Datsun… ¡y la cabeza de dragón!, lo había olvidado por completo. El gnomo artificer también les había prometido darles el nombre de un profesor de la Universidad de Wynarn capaz ayudarlos a instalar una cabeza de dragón en la Zaarita, anhelo de Albatros desde que vio al Amuikaf Rojo. Ciertamente no era para tanto.

El barullo de cubierta se había convertido en canto y cuchareo de Segundo con el resto en silencio, probablemente planeando una nueva manera de hacer callar al bardo. La tripulación estaba aburrida de seguir anclada en Sharn y cada vez que veían a su capitán solicitaban órdenes, rumbos o noticias del próximo destino; pero Albatros no estaba de humor para eso. Era la primera vez en semanas que el capitán de la Zaarita se sentía bien, que podía dormir tranquilo, que no pasaba los días nervioso o paranoico; y eso era algo que celebrar. Y aquel era el lugar perfecto, la Ciudad de las Torres se eregía imponente afuera de su ventana. ‘Ya habrá tiempo para órdenes, rumbos y próximos destinos,’ pensó, y aún con la sonrisa en el rostro se puso su rapier y daga al cinto y abrió la ventana.

“Ya habrá tiempo,” repitió en voz alta. ¡SPLASH!

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FIN DEL VOLUMEN 3

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VOLUMEN 3.5:

“El Destino Forjado”

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Alquimio Batros abrió los ojos y notó que el techo no le resultaba familiar, como tampoco le resultaban familiares los tres sujetos que se encontraban echados a su alrededor, aún inconscientes. Le costó trabajo ponerse de pie, estaba mareado. La habitación en la que se encontraba era una especie de cúpula metálica, sin ningún mueble ni adorno, pero con un gran agujero en la pared. El capitán de la Zaarita avanzó tambaleándose hasta el agujero y se apoyó en uno de sus bordes para no caer. Necesitó sobarse los ojos un par de veces antes de dar crédito a lo que veía. Ante él, enormes estructuras ovales se levantaban en medio de un desierto, dando forma a un paisaje que del que jamás había escuchado siquiera hablar. No recordaba como había llegado hasta ahí, pero algo le decía que estaba más lejos de casa que nunca.

Riedran monolith

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