Thursday, March 12, 2009

Perdido y encontrado (LADCA No. 2, Vol 2)

La lluvia empezó a arreciar y un conejo se ocultó en su madriguera. Lo único que se escuchaba en el bosque era el golpe de las gotas contra las hojas de los árboles. El suelo empezaba a ablandarse y hacía cada vez más difícil la caminata. Cuatro pares de ojos observaban con curiosidad, ocultos tras un arbusto, a la figura que se iba abriendo camino entre ramas y matorrales. Un rayo iluminó de repente el paisaje y los cuatro pares ojos notaron la expresión agotada en el rostro de la figura, que ahora se acercaba hacia ellos. La figura se detuvo a unos 5 pies de los ojos y se puso de rodillas. Parecía que no podría dar un paso más, tenía la cabeza hacia abajo y la mirada clavada en el piso. De pronto la figura apoyó su mano libre en el suelo y se llevó la del cutlass al pecho, hizo un sonido muy parecido a una arcada y se desplomó, salpicando de barro a la araña gigante que había venido siguiendo cada uno de sus movimientos.

Alquimio Batros no entendía lo que estaba pasando. Se encontraba en posición fetal dentro de lo que parecía ser un gran horno y de vez en cuando se abría la puerta para que un grasoso cocinero lo pinchara con un tenedor. Sin entender tampoco por qué, se empecinaba en decirle al cocinero que aún faltaba un poco más, que por favor pusiera unas papas y unas cebollas dentro y que de ser posible tuviera lista la salsa de mostaza para cuando saliera de ahí. La puerta del horno se volvió a cerrar y la temperatura se elevó.

− Buena idea − pensó el pirata − así me doraré por afuera.

− ¿Qué has dicho? − escuchó decir a una voz muy lejana.

− Qué es una buena idea subirle al fuego, porque así… AUCH!!! − la puerta del horno se había vuelto a abrir y el cocinero gordo volvió a pinchar al capitán de la Zaarita. Luego se retiró un poco, tomó un balde y volvió a mirar adentro del horno. “Genial, la salsa de mostaza”, pensó Alquimio Batros, mientras el cocinero gordo tomaba vuelo para arrojar el contenido del balde dentro del horno.

Alquimio Batros despertó de golpe, totalmente mojado. De un tiempo a esta parte se había vuelto común que tuviera pesadillas, pero normalmente involucraban busquedas de tesoros que se le escapaban, y definitivamente nunca despertaba de aquella manera. Una vez conciente de que estaba despierto, tuvo que forzar la vista para poder distinguir a los dos halflings que tenía al frente.

− Creímos que estaba muerto hasta que empezó a hablar esas tonterías acerca de papas y cebollas. − dijo uno de los halflings. − ¿Qué hacía deambulando por el bosque de noche? ¿Acaso no sabe que no es un lugar seguro cuando ya se ha ocultado el sol?

− ¿Bosque?, ¿de qué estás hablando?, tú, remedo de niño − debía estar ebrio, pensó, en lugar de estar viendo doble parecía estar viendo medio. Hizo un gran esfuerzo para ponerse de pie y tuvo que entrecerrar los ojos para poder enfocar, había demasiada luz para su gusto. Al dar una rápida inspección a los alrededores comprobó que, efectivamente se trataba de un bosque, o por lo menos era la concentración de árboles, arbustos y plantas en general, más parecida a un bosque que jamás hubiera visto.

− ¿Dónde estoy? – preguntó el pirata.

− En el Bosque – respondió el otro halfling esta vez.

Es culpa mía, pensó Albatros, por hacer preguntas estúpidas, tras lo que volvió a preguntar – ¿y dónde es que está ubicado este bosque?

− Pues aquí, por supuesto.

El capitán de la Zaarita perdió toda esperanza de tener una conversación sensata con sus dos interlocutores, así que se limitó a asentir con la cabeza y agregar: “por supuesto”. Los dos halflings se rieron de él, se despidieron con una exagerada reverencia y se marcharon, perdiéndose entre los arbustos.

− Ahora no queda más que volver a la Zaarita – se dijo a si mismo Alquimio Batros, pero no se movió. Era obvio que no tenía la menor idea de donde podría encontrar su barco, lo cual sumado a la incertidumbre sobre su ubicación actual, daba como resultado un gran problema. Miró al cielo en busca de orientación pero el sol estaba justo sobre su cabeza (cabeza que le hizo bajar, pues sus ojos aún no estaban listos para tan brillante espectáculo). Cambió de idea, “No queda más que esperar” pensó, y se tumbó en el piso a esperar que el sol le indique donde estaba el norte.

the_Forest_church_2_by_weiweihua

Alquimio Batros, según su cuenta personal, llevaba 8 días desde que escapó de la torre de Cortinus y desde entonces había estado deambulando sin rumbo por bosques desconocidos. Los dos halflings a los que se acababa de encontrar eran los únicos seres inteligentes… se corrigió, seres parlantes… con los que se había cruzado en todo este tiempo. Ni un río, ni un camino, nada. Se le estaba haciendo realmente difícil ubicarse. El tiempo fue pasando y el sol empezaba a moverse.

− Para allá es el oeste, entonces aquel es el norte y… – a quien quería engañar, pensó, de que le podía servir saber para donde estaba el norte si no sabía para donde quería ir. Los últimos dos días había estado caminando hacia el norte, ¿así que por qué no seguir en esa dirección? Tras meditar un rato sobre el asunto, recordó que tenía muchísima hambre (no había comido en tres días) así que buscó algunas huellas que lo llevasen hasta su próximo almuerzo. Lástima que fuera un pirata y no un guardabosques, tal vez de esa manera no hubiera seguido las huellas de un gran oso pensando que eran las de un apetitoso pollo a la brasa.

− ¡Te tengo! – gritó en voz alta afuera de la cueva a la que lo habían guiado las huellas – ¡sal de una vez y trae papas fritas contigo! – No hubo respuesta – ¡Voy a contar hasta 10 y si no sales entraré por ti!… ¡uno!… ¡dos!… ¡tres!… ¡cuatro!… Bah, tengo demasiada hambre, ¡voy a entrar!

Resulta increíble de donde puede sacar fuerzas un ser humano en momentos de desesperación, porque con tres días sin probar bocado, caminando día y noche, expuesto al más inclemente clima, hay que ver lo rápido que corrió Alquimio Batros para escapar de la mamá oso que lo esperaba ya con la mesa servida para alimentar a sus pequeños oseznos. No es que fuera una carrera demasiado larga tampoco, a los pocos minutos el pirata tropezó con una roca, rodó por una pendiente y fue a dar a un río, el cual lo arrastró el resto del camino que duró la persecución. Ya con mamá oso perdida de vista, el capitán de la Zaarita nadó hasta la orilla y prosiguió su caminata, esta vez siguiendo el cauce del río, resignado a alimentarse de frutos y tierrita.

La ciudad de Cliffscrape recibió al desfalleciente Alquimio Batros con los brazos abiertos (y los platos servidos). Devoró todo lo que pudo la noche en que llegó y cayó rendido en una habitación que alquiló por 5 piezas de plata (la cual probablemente valía menos que eso en cobre). Al día siguiente se encargó de hacer las averiguaciones respectivas y de ubicar un barco que se dirigiera a la isla de Questor, donde era la última vez que había visto a su tripulación. No entendía como es que había terminado tan lejos. Es cierto que aún tenía una laguna en su memoria (mal por él, lo suyo eran los mares), entre el día en que desembarcó en Port Verge y el día en que despertó en la torre de Cortinus, pero aún así no entendía como había podido cruzar casi medio Lhazaar sin darse cuenta.

El barco que encontró no salía hasta la mañana siguiente, así que decidió ir a almorzar algo. Ya se sentía completamente recuperado y no planeaba volver a ser estafado por una comida y una habitación en la posada donde se estaba quedando, por lo que preguntó un poco en la plaza y terminó en la taberna del Cuadro. Ahí pudo pedir por fin un pollo a la brasa con papas fritas y comérselo, que era lo más importante. Habiéndole dado ya trámite al pollo, Alquimio Batros se disponía a retirarse cuando…

- Pero miren lo que nos trajo la marea. Que me trague un Dire Shark si no se trata del mismísimo Alquimio Batros. – Dijo, levantándose de una mesa, un personaje con cara de haber sido acuchillado demasiadas veces en su vida.

Turbantes

- Turbantes – respondió Albatros extrañado, al ver quien lo saludaba – no puedo decir que sea un gusto verte, pero ciertamente es una sorpresa. Te hacía pudriéndote en alguna celda de Regal Port.

- Tu sabes como son esas cosas Al, un día estás aquí, otro estás por allá. Pero siempre mirando al horizonte sin importar lo mal que te trate la vida. Después de todo, ¿sabes que le gusta dar revanchas, no es así? – Alquimio Batros no respondió. No sabía si se refería a alguna revancha que se hubiera tomado en el pasado el capitán de la Zaarita o a alguna pendiente entre ambos piratas. Pensándolo bien, las dos hipótesis resultaban completamente válidas.

- Bueno - dijo finalmente Albatros – por más que esté disfrutando de esta charla, me temo que ya debo partir. Turbantes, señores – y se despidió con una reverencia de su interlocutor y de los cinco maleantes que lo acompañaban, aún sentados en la mesa.

- Vamos ex-camarada, te invito una salasta, por los viejos tiempos – pero fue inútil, Alquimio Batros acababa de salir de la taberna.

Barra Bandera Albatros

Gorgonzola regresó bastante tarde aquella noche. Su jefe le había ordenado seguir al sujeto con quien se encontró hacía unas horas en la taberna del Cuadro, y cara de queso había cumplido estas órdenes a la perfección. Su relato fue corto pero conciso: Alquimio Batros se estaba hospedando en el Calamar Hambriento y estaba solo. Josefino Tuertas, más conocido como Turbantes por los sombreros que siempre llevaba puestos, reunió a sus chacales y los seis se perdieron en la oscuridad de la noche.

Barra Bandera Albatros

Alquimio Batros acababa de quedarse dormido cuando un ruido afuera de su habitación lo despertó. Al otro lado de la puerta, alguien estaba tratando de forzar su cerradura y al parecer no le estaba yendo muy bien.

- Ya déjalo, bueno para nada – intervino Turbantes – Galón, encárgate tu de derribar esta puerta. De todas formas, con todo el ruido que este queso rancio acaba de hacer, seguro que Albatros ya nos habrá escuchado. - Y vaya si Turbantes tenía razón, pues ni bien Galón abrió la puerta con una patada, un rayo cruzó la habitación e impactó en el rostro de éste, derribándolo. Todos se apartaron de la puerta al ver lo que acababa de ocurrir. La habitación estaba casi en completa oscuridad, con excepción de la tenue luz que entraba por la puerta derribada. Turbantes asomó media cabeza, pero no pudo distinguir a nadie dentro del cuarto.

- ¿Habrá sido una trampa? – se preguntaba, pero justo cuando se disponía a entrar otro rayo iluminó brevemente la habitación y le arrancó el apodo de la cabeza.

Turbantes volvió a cubrirse y observó a los que lo acompañaban. Gorgonzola se ocultaba detrás suyo con cara de no saber que hacer. Galón seguía tirado en el piso y era difícil saber si estaba inconsciente o sin vida. Cobalto y Tunisio, los hermanos Covacha, se encontraban al otro lado de la puerta mirando a su jefe como esperando instrucciones. Finalmente estaba Doloflam, el medio elfo (como le gustaba que lo llamen), detrás de los hermanos, con sus dos ballestas cargadas y listas.

Turbantes hizo unas señas con las manos y todos asintieron. Cobalto y Tunisio se pusieron de pie y entraron corriendo a la habitación blandiendo sus hachas de mano, pero un nuevo rayo le dio de lleno al primero en el brazo izquierdo, deteniendo su carrera. Justo detrás de los hermanos entraron Turbantes y Gorgonzola, armados con un rapier y dagas respectivamente. Cerrando cualquier intento de huída, Doloflam, el medio elfo, se posicionó bajo el marco de la puerta con sus dos ballestas apuntando al frente.

Tunisio, al haber visto de donde provino el rayo, se abalanzó contra Albatros, pero el pirata logró esquivarlo. Gorgonzola se escabulló a un extremo de la habitación y encendió una lámpara. Ya con luz, la escena no pintaba bien para el capitán de la Zaarita. Cobalto se había reincorporado a la pelea y junto con su hermano flanqueaban a unos 5 pies de distancia a Albatros, quien ya había guardado su wandstol[1] y se encontraba desarmado. Frente a él, a una distancia prudente, Turbantes reía con una expresión triunfal en su rostro.

- Duro con él, muchachos – ordenó el desapodado, y en lo que los hermanos Covacha se demoraban en asentir y dar un paso adelante para atacar, Alquimio Batros desenvainó su rapier y su cutlass y atestó a Tunisio tres golpes mortales en el pecho, tras lo cual dio un tajo a Cobalto en el cuello, terminando con la intervención de los hermanos Covacha en esta historia. Pero tal acción no iba a salirle gratis. Ni bien acabó de despachar al último Covacha, dos virotes lo hirieron en el estómago dejándole un extraño ardor en una de las heridas. Doloflam, el medio elfo, soltó sus dos ballestas, sacó dos dagas y dio un paso hacia adelante. Por si esto fuera poco, Gorgonzola vio que esta era la oportunidad de voltear la tortilla y cargó contra Albatros. Si bien el golpe de la carga no fue tan duro, la nueva disposición del combate le permitió a Doloflam, el medio elfo, posicionarse detrás del capitán de la Zaarita y flanquearlo, junto con cara de queso. Y fue ahí que la cosa se puso fea. Espadazos van, sneak attacks vienen, los dos choros de Turbantes tenían en jaque a su oponente, el cual se dedicaba solo a atacar a Gorgonzola, por parecerle el que más rápido podía caer. Pero la diosa fortuna volvió a jugar un papel determinante en el desenlace del encuentro, pues cuando parecía que Albatros iba a poder por fin deshacerse de uno de sus contrincantes, erró el golpe y se le cayó el cutlass de la mano.

Turbantes solo reía y observaba la pelea, no estaba dispuesto a arriesgar el pellejo, sobretodo cuando sus dos chacales tenían tan bien controlada la situación. Pero contrario a lo que pensaron todos los involucrados (Albatros incluido), la pérdida del cutlass fue lo que terminó inclinando la balanza a favor del capitán de la Zaarita. Con el rapier que aún tenía en la mano, Alquimio Batros atestó dos certeros golpes a Gorgonzola, el cual cayó como costal de quesos, dejando a Doloflam, el medio elfo, solo. Pero ahí no terminaba todo, porque antes de que alguno de sus enemigos pudiera reaccionar, Albatros sacó una daga de su cinto y se la clavó en el estómago a su otro oponente, torciéndola un poco una vez dentro para que duela. El medio elfo, Doloflam, pareció sufrir bastante el último golpe recibido, pues el dagazo que soltó en represalia no tuvo demasiada convicción ni puntería. Con las cosas como estaban un combate cuerpo a cuerpo no resultaba lo más ventajoso, así que el último de los asesinos de Turbantes decidió retirarse. Y ahí fue que se terminaron de desbaratar los planes de Josefino Tuertas, porque cuando Doloflam, el medio elfo, retrocedía atemorizado, Albatros le atravesó el cuello con su rapier y acabó con él. Turbantes, al ver que ya no tenía nada que hacer ahí, corrió hacia la puerta, pero una daga se clavó en la pared a pocos centímetros de su hombro y detuvo su huida.

- A donde vas, viejo amigo, me pareció oír hace un rato que me invitabas una salasta – dijo el capitán de la Zaarita a pesar de estar seriamente herido. El combate contra Gorgonzola y Doloflam, el medio elfo, junto a la herida que le abrió uno de los virotes recibidos, lo habían casi mandado al otro lado. Pero con todo y todo, no iba perder la oportunidad de revolcarse en la desgracia de su antiguo rival. Turbantes hizo una mueca y salió corriendo de la habitación. Alquimio Batros avanzó lentamente hasta cruzar la puerta y tras asegurarse de que no había nadie por ahí, regresó al cuarto. Entonces se dirigió hasta una mochila que se encontraba bajo su cama y sacó de ella una poción que se apresuró a beber. Sintiéndose ya un poco mejor, dio una rápida mirada a su alrededor. La habitación era un desastre, cuerpos regados por el piso, muebles rotos, sangre manchándolo todo… “al menos esto les enseñará a no cobrarme de más por un antro como este”, dijo para si mismo.


[1] Las wandstols, también conocidas como varistolas, son varitas mágicas con una forma bastante particular. Cualquiera que provenga de un mundo donde exista la pólvora no dudaría en llamar a este objeto una pistola, aunque carezca de gatillo (porque si tuviera gatillo sería pistola y en Eberron no hay pistolas). A pesar de su innegable utilidad, son pocos los personajes capaces de utilizar una wandstol y menos aún las wandstols existentes, por lo que cada disparo es reservado para ocasiones realmente especiales.

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