Tuesday, March 31, 2009

El péndulo pendiente (LADCA No. 4, Vol 2) [introducción a Tripulantes de la Zaarita, Volumen 2]

Muy buenas sus historias, ¡salud!... Siempre lo he dicho, la taberna del tuerto Lou es el mejor lugar de los principados para tomarse una buena salsta e intercambiar anécdotas. Pero aquí cualquiera puede contar algo sobre abordajes, islas del tesoro o saqueos a pequeños poblados. En cambio, ¿saben ustedes qué hacían un grupo de piratas caminando sobre picos de montañas, cruzando valles jamás navegados por barco alguno? Pues permítanme lustrarlos, todo comenzó cuando…

- Capitán, ¿qué tan seguro está de la existencia de ese péndulo? – pregunté pues parecía demasiado bueno para verdad.

- Certificadamente seguro, mi estimado Danubio, como que me llamo Alquimio Baltros. “Ese péndulo”, como lo llamas, nos permitirá detectar y ubicar barcos, lo que nos facilitará muchísimo las labores.

- No es que no quiera creerle, capitán, – se metió Segundo en la conversación– pero ¿no cree que si de verdad existiese un péndulo como ese, alguien ya lo tendría en su poder?

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- Tendrías razón si no estuvieras equivocado. El péndulo efectivamente perteneció a un gran capitán pirata, el famosísimo Galeas “el sucio”, del que deben haber escuchado. Galeas solía usar el péndulo para atracar barcos mercantes de Aundair frente a las costas de Karrnath, hasta que fue emboscado por sus otrora víctimas y perdió a los tres barcos que conformaban su flota. Se dice que cuando los Aundarianos descubrieron que era el péndulo el que guiaba a Galeas hacia sus barcos, decidieron esconder el objeto mágico para que nadie más pudiera aprovecharse de él. Es así como el péndulo lleva desaparecido muchísimos años y su leyenda se perdió en la memoria de los Lhazaaritas.

- Y si está perdido, ¿cómo lo encontraremos? – volví a preguntar, pues a mí esto de encontrar cosas perdidas nunca me ha funcionado demasiado bien.

- Eso déjenselo a su capitán. Tengo un mapa con la ubicación casi exacta de donde fue visto por última vez.

El “casi” fue la parte del discurso que menos entusismó a la gente. Pero bueno, eso es lo que hacían un grupo de piratas caminando sobre picos de montañas y cruzando valles jamás navegados por barco alguno. El grupo lo formábamos el capitán Albatros, Segundo Tercero, chino viejo y yo. Llevábamos ya 12 días en los Mror Holds, desde que dejamos la Zaarita, y no es que el paisaje fuera desagradable ni nada, pero tanto tiempo en tierra firme como que a uno lo marea. El caso es que estábamos aburridos. Segundo trataba de animar las caminatas tocando sus cucharas, pero caminar y tocar a la vez no es una de las habilidades con las que nuestro bardo contara, aunque tendrían que haber visto lo chistoso que se caía, ese sí que era un don.

Al amanecer del día 13 el capitán nos despertó a todos muy emocionado, diciendo que “detrás de aquella cumbre se encontraba el acantilado por el cual descendieron los Aundarianos que iban a esconder el péndulo”. Nadie respondió, creo que ya todos habíamos perdido las esperanzas de encontrar el dichoso colgante y seguíamos adelante solo porque nadie sabía exactamente como regresar a la Zaarita. Pero eso no fue nada comparado con lo que sentimos cuando llegamos al pie del acantilado y vimos al capitán descender por algo que ni siquiera calificaba como lo que alguna vez había sido una escalera esculpida en la roca misma. Para ese momento ya ni esperanzas de volver a ver el mar teníamos.

La bajada fue rápida. Segundo, que era el último de la fila, tropezó al tratar de animar el descenso tocando sus cucharas, con lo que rodó llevándose de encuentro a chino viejo, a mi y al capitán, en ese estrito orden. Por suerte el abismo no era tan profundo como parecía y más que algunos rasguños y moretones no tuvimos. Nos pusimos de pie algo adoloridos, nos sacudimos el polvo y la nostalgia nos vino de golpe, cual caída, al recordar que en el agua uno no sufre tanto los descensos. Pero siempre he dicho que de todo lo malo se puede aprender algo, y aquella vez no fue la ececión, porque chino viejo nos iluminó un poco el alma con una de sus sabias frases a las que ya nos tenía acostumbrados:

- Equilibrio malo… no seas el último de la fila.

Sabias palabras las de chino viejo, ¡vaya tipo! Tal vez ya no pueda masticar, pero sí que sabe cómo sacarle provecho a un problema.

El fondo del acantilado era oscuro, oscuro… Segundo dijo algo así como que debía haber algún tipo de magia bloqueando la luz exterior, y la verdad a nadie le importó. De nuestras bolsas sacamos unas antorchas, las encendimos y vimos que nos encontrábamos en una especie de construcción cuadrada (pero mal hecha, porque le sobraban dos lados), con un pasadizo justo al frente de donde llegaba la escalera. El capitán ordenó revisar toda la “tructura esa gonal” (la “estrcutu rareza gonal”, “es tu cura, ¡reza Jonás!”, o algo así) y lo único que encontramos fueron unos grabados en una de las paredes, que decían: algo que no entendimos, por lo que no les dimos mayor importancia y nos introdujimos en el pasadizo.

El pasadizo estaba muy bien trabajado y el piso se veía que no había sido transitado en muchísimo tiempo (o que alguien a alguien no le gustaba hacer la limpieza nunca). El capitán iba de primero, seguido por mí unos pasos atrás, luego Segundo y finalmente chino viejo, quien había dejado muy en claro que la vez anterior era la última en la que el bardo cerraba filas. Tras avanzar un largo trecho el capitán se detuvo y nos indicó con una seña que hiciéramos lo mismo. Había visto algo y creo que era una trampa, porque lo vi recostarse boca abajo en el piso y manibular algo. Al poco rato se puso de pie y seguimos adelante.

El pasadizo llegó a un punto en que se dividía en dos y el capitán, tras detenerse un momento frente a la engrucijada, indicó que lo siguiéramos por el de la derecha. Empezaba a hacer frío y Segundo tiritaba como un diapanzón, pero chino viejo tiene habilidades extraordinarias. Juntó las palmas de las manos, las frotó unos instantes concentrándose y de un solo lapo en la cabeza le quitó todo el frío a Segundo. Decidimos entonces ir por el camino de la derecha, que finalmente terminó anchándose y dando paso a lo que parecía ser un cuarto ceremonial, esta vez de forma circular pero bastante más alto que el pasadizo por el que habíamos llegado. Al centro de la habitación se veía un altar con seis columnas que lo rodaban. El altar tenía el tamaño justo para recostar a un humano adulto en él. Ni bien entramos la habitación se iluminó y pudimos ver una gran gema verde, del tamaño de mi cabeza, incrustada en el techo de donde provenía la luz, y lo que parecía ser un cuerpo caído al lado del altar.

El capitán se dirigió al cuerpo pero se detuvo unos pasos antes de llegar al altar. Sobre éste, iluminado por un tenue haz de luz que no se podía apreciar desde donde estábamos parados nosotros, flotaba una pequeña caja dorada asegurada por una cadena de plata.

- Lo encontramos – dijo el capitán volviéndose hacia nosotros.

- ¡No lo toque, capitán! – gritó Segundo – podría estar hechizado. Déjeme revisarlo primero.

- Está bien Segundo, pero en silencio por favor, tal vez aún no hayas despertado a los guardianes del péndulo – respondió en tono sarcástico el capitán.

El capitán se hizo a un lado y el bardo empezó a hacer sonar sus cucharas alrededor del altar, sin ningún ritmo, pero con mucha convición.

- Siento un aura mágica, – dijo Segundo – pero no logro reconocerla. Aquí hay algo, tal vez si…

BUUUUM!!!... Cuánta razón tuvo Segundo, pues al acercar sus cucharas a la caja una bola de fuego explotó sobre éste arrojando hacia atrás al bardo y al capitán.

- Al menos desactivaste la trampa – dijo de mal humor el capitán, mientras se ponía de pie y se apretaba las extremidades para confirmar que nada estuviera roto.

- Pudo ser peor, pudo ser una alarma además de una bola de fuego – se excusaba el bardo, y un segundo después empezaron a entrar media docena de esqueletos por el pasadizo que acabábamos de abandonar.

Chino viejo y yo no perdimos el tiempo y les cortamos la entrada justo… en la entrada. El capitán, por su parte, desvainó su cultas y su daga y corrió hacia nosotros, mientras Segundo se arrojaba sobre el altar para tomar la caja, cuando… BUUUUM!!! Otra bola de fuego volvió a estallar arrojando nuevamente al bardo por los aires, esta vez dejándolo inconsistente tirado en el suelo.

- Ya déjate de tontería y danos una mano con esto – decía el capitán a Segundo mientras cargaba contra los esqueletos.

- ¡Capitán, se multiplican! – grité yo, al ver que se multiplicaban. Un nuevo grupo de esqueletos acababa de aparecer detrás de los primeros.

Esqueletos multiplicándose

La cosa se complicaba. Teníamos aproximadamente a unos 10 o 15 esqueletos bloqueando la única salida y lo que es peor, con muchas ganas de llegar hasta nosotros. El capitán, chino viejo y yo hacíamos lo posible por mantener a los esqueletos fuera, incluso llegamos a despachar a algunos, pero poco a poco nos iban ganando la posición. Fue entonces cuando el capitán dijo:

- A la voz de tres corran detrás de mí, pero no se acerquen el altar… 1, 2 – y salió corriendo hacia el otro extremo de la habitación. Chino viejo y yo lo seguimos, con los esqueletos prepitándose dentro, tropezando al dejar el pasadizo y persiguiéndonos luego. Los esqueletos nos pisaban los talones (casi me alcanzaron cuando me detuve a recoger a Segundo), pero logramos cruzar el centro de la habitación justo cuando se escuchaba un nuevo BUUUUM!!! Lo único que se vio después fue huesos volando por todos lados.

- ¡Ahora, a por ellos! – gritó el capitán y se abalanzó contra los pocos esqueletos que quedaban de pie. La carga, a la que nos unimos chino viejo y yo (tras arrojar el cuerpo del bardo a una esquina alejada del quilombo), terminó por derrotar a los esqueletos.

Con la batalla concluida nos acercamos para reanimar a Segundo y ayudarlo a ponerse de pie (de lo primero se encargó chino viejo, frotando otra vez sus manos unos segundos y pegándole tal cachetada al pobre bardo, que de diestro lo volvió zurdo… santo remedio el de nuestro monje).

- ¿Qué pasó aquí? – preguntaba Segundo mientras se sobaba el lado dañado de la cara – siento como si me hubiera arroyado un galeón.

- Ya no importa – se apresuró a decir el capitán – ahora lo que necesitamos es que hagas otra vez eso que haces con tus cucharas. Pero antes espera a que nos alejemos un poco.

- Karate, aquí – dijo chino viejo mirándose la mano izquierda extendida hacia delante con la palma hacia arriba – karate, aquí – repitió mirándose esta vez la palma de la mano derecha – karate, no aquí – y golpeó con un dedo a Segundo en el pecho, dejando clarísimo para todos que si el bardo la volvía a cagar, le sacaba la mierda.

Segundo se acercó un poco temeroso al altar, solo después de que el resto hubiéramos tomado una distancia prudiental, sacó sus cucharas y empezó a tocar. Esta vez el sonido era diferente, más armónico, y parecía resonar en las paredes de la habitación. Se escuchó un “pufff” y algo pareció desaparecer del altar, aunque la caja seguía flotando ahí.

- Ya está – dijo Segundo con una sonrisa, e inclinándose sobre el altar para alcanzar la caja, la abrió – Capitán, ¿el péndulo es invisible?

- Cómo que invisible Segundo, ¡dame eso! – dijo el capitán arrebatando la caja a su segundo a bordo. Pero el bardo no estaba del todo equivocado, o al menos no había forma de probarlo… la caja estaba vacía.

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