Monday, April 6, 2009

¿Más de lo mismo? (LADCA No. 5, Vol 2)

- ¡Tensen las velas piratas de kindergarten, fijen las cosas en cubierta! ¡Segundo, proa al poniente! – gritaba Alquimio Batros desde el castillo de popa, algo agitado - ¡Grillo, asegura esa amarra! ¡Tito, guárdame las naranjas!

- Capitán – intervino Segundo – ¿hacia dónde es que nos dirigimos?

- Como hacia donde, al poniente Segundo, al poniente, ¿qué no me escuchaste?

- Me refería, capitán, ¿a cuál es nuestro destino en el poniente?

- ¿Nuestro destino? Nadie conoce su destino Segundo, no digas tonterías. ¡Grillo, te dije que asegures esa amarra! Maldito ratero de mercado, te la vas a pasar en las bodegas pelando… – y el capitán de la Zaarita se alejó mascullando esta última frase entre dientes.

Alquimio Batros llevaba ya varios días con una actitud extraña. A leguas se notaba que desconfiaba de todos. Hacía ya un par de meses que él y su tripulación no se habían hecho de un buen botín, y no es que no lo hubieran intentado. Los dos últimos barcos que habían “atracado” los habían encontrado vacíos, sin tripulación ni cargamento, haciendo agua o de alguna otra forma inoperables. Pero al menos los habían encontrado, ya que en otras cinco oportunidades habían ido tras pistas inexistentes, deambulando por el mar esperando cruzarse un barco que jamás aparecía o llegando a una isla y desenterrando un cofre vacío. Era como si todos los datos que recibían fueran falsos.

- ¡Cosofrito, que se ve! – volvió a gritar Albatros.

- ¡Aún nada, capitán! – respondía el vigía desde el mástil mayor.

- ¡Afina la vista y no parpadees, que no se te pase nada!

Y así transcurrieron las siguientes horas, con la Zaarita dando lo máximo de si y Albatros gritando órdenes absurdas, hasta que…

- ¡Capitán, barco a la vista! – gritó Cosofrito y Albatros sacó su largavistas.

- Todo de frente Segundo, esta vez no se nos escapan – decía el capitán de la Zaarita, sin saber lo equivocado que podía estar.

Al acercarse un poco más la escena fue de lo más decepcionante. El barco al cual venían buscando hacía un par de días se estaba hundiendo, ladeado hacia estribor, y no se veía un alma en él. La Zaarita se acercó lo suficiente solo para comprobar lo que ya todos habían imaginado: estaba desierto y seguramente desprovisto de algún objeto de valor.

- ¿Qué clase de barco no transporta pasajeros ni carga? – dijo Danubio, solo para romper el silencio. Albatros no respondió, estaba de muy mal humor y pareció que todos lo notaron, pues nadie volvió a abrir la boca.

El capitán de la Zaarita ni siquiera ordenó el abordaje, simplemente dio la orden de fijar rumbo hacia Cape Far y se encerró en su camarote. Nadie lo vio salir de ahí en cuatro días, ni siquiera para comer. La única señal de vida que dio en ese tiempo fueron horribles gritos durante la noche. Sus pesadillas se habían incrementado en los últimos tiempos, tal vez por la frustración de no poder encontrar un tesoro que valga la pena. Estos sueños eran siempre muy parecidos, Alquimio Batros dirigía a la Zaarita hasta algún tesoro enterrado, pero cuando llegaban el único que desembarcaba era él. Albatros veía entonces como el tesoro se alejaba y por más que lo perseguía no podía alcanzarlo. La persecución solía estar acompañada por una serie de voces, que no podía reconocer y que se burlaban y reían de él.

La tripulación de la Zaarita empezaba a cansarse. Llevaban ya buen tiempo sin un botín decente y empezaban a pensar que tal vez Albatros no era el más indicado para capitanear la embarcación. Incluso se había empezado a correr la voz de que era él quien había traído la mala suerte sobre la Zaarita, tras volver después de su inexplicable desaparición. Para cuando Alquimio Batros por fin abandonó su camarote en busca de comida, toda la tripulación lo miraba de una manera extraña y todos se alejaban de él cuando pasaba a sus lados. Albatros se dirigió al castillo de popa donde Segundo estaba al timón y se quedó parado en el último escalón.

- Canta Segundo, que está pasando aquí – preguntó Albatros. Segundo se veía nervioso, miraba de un lado a otro buscando como salirse de aquella, pero al ver que no le quedaba otra, respondió.

- La tripulación está intranquila, capitán. Y si me permite decirlo, no es culpa de ellos, usted viene actuando muy extraño desde que regresó de donde sea que haya estado.

- Cliffscrape.

- De Cliffscrape o de donde sea. Desde que regresó no hemos logrado ningún botín.

- Eso no es cierto Segundo, que hay de las 80 piezas de oro en Piritar.

- Capitán, eso no alcanzó ni para la celebración.

- Pues bueno Segundo, si creen que alguien más podría hacerse cargo de esta embarcación, tal vez sea hora de que… - y cuando Alquimio Batros estaba a punto de terminar la frase con un “se vayan todos a la mierda”, un trueno ocultó las palabras del capitán de la Zaarita y se desató una tormenta.

- ¡Segundo, firme el timón! – ordenó Albatros empapándose por la lluvia y bajó a cubierta – ¡Danubio, que recojan las velas y aseguren las cosas! – pero nadie respondía, estaban decidiendo si la tormenta era también culpa de Albatros o no, cuando la primera ola barrió la cubierta de la Zaarita y se llevó con ella a un par de la guardia.

- ¡Ya escucharon al capitán! – reaccionó Danubio – ¡todos a sus puestos, replieguen las velas, guarden en las bodegas el agua y las naranjas!

La tormenta se ponía cada vez peor y de repente un remolino apareció frente a la Zaarita. El remolino era demasiado pequeño como para hacerle algo a un barco de ese tamaño, pero aún así resultaba extraño. Albatros había navegado esos mares desde hacía ya bastante tiempo y nunca había visto un remolino en esa zona, menos aún formándose de esa manera. Alquimio Batros regresó corriendo al castillo de popa, arrimó a Segundo y tomó el timón.

- ¡Danubio, dejen la vela mayor como está! ¡Aseguren las amarras, nos vamos para adentro! – gritó el capitán de la Zaarita a su tripulación. Danubio parecía no entender, pero cuando Albatros viró el timón bruscamente hacia lo más profundo de la tormenta, no le quedó más que acatar. Si no aseguraban esos cabos perderían el mástil mayor.

La Zaarita empezó a adentrarse en la tormenta y a atravesarla. Los vientos eran fuertes y las corrientes bastante cruzadas, lo que hacía muy difícil controlar la embarcación. Pero aquella no era la peor tempestad que Alquimio Batros había pasado y ciertamente, pensaba, no sería una que lo detenga. Le tomó cerca de una hora atravesar la tormenta a la Zaarita, pero una vez que la dejaron atrás una espesa neblina se formó frente a ellos.

- Algo o alguien no quiere que vayamos en esta dirección, Segundo – comentó Alquimio Batros aún desde el timón.

- Capitán, si ese algo o ese alguien es capaz de crear una tormenta de la nada, tal vez se buena idea hacerle caso.

- Puede ser, pero ustedes querían un buen botín y cualquiera que se dé el trabajo de crear tormentas disuasivas, es porque algo esconde – pero aunque Albatros no estuviera del todo equivocado, la niebla se disipó en un instante y el espectáculo que descubrió no se parecía en nada a lo que estaba esperando.

- ¡Capitán, barco a la vista! – se escuchó desde el mástil mayor y Albatros tuvo que cambiar de rumbo precipitadamente para evitar la colisión, un barco acababa de aparecer de la nada frente a la Zaarita. El barco en cuestión tenía la parte posterior del casco y la cubierta chamuscados y humeantes, como si un incendio hubiera tratado de devorar la nave. Pero ni eso ni el que se estuviera yendo a pique era lo que más llamó la atención del capitán de la Zaarita: alguien se movía dentro del castillo de popa.

Ataque barco pirata

- ¡Danubio, los arpeos!, ¡Grillo, suelta el ancla! – gritó Alquimio Batros, tras lo cual la Zaarita empezó a perder velocidad rápidamente y cinco cuerdas con ganchos volaron del puente de un barco al otro. Albatros fue el primero en cruzar, tras lo cual descendió a la cubierta y derribó la también quemada puerta del castillo de popa con un par de patadas.

- Quién está ahí – preguntó desde la puerta Alquimio Batros, con su rapier en la mano, pero nadie respondió. Danubio, Tito, Chino viejo y el Zurcado ya estaban detrás de su capitán cuando éste entró en la calcinada estructura. Todo era un desorden ahí, muebles tirados por todos lados y una mesa en una esquina seguía encendida en fuego, aunque parecía que ya se estaba apagando. Entonces un ruido llamó la atención de los piratas, un murmullo parecía provenir de un gran cofre en el otro extremo de la habitación. Albatros caminó lentamente hasta ahí y se detuvo justo al frente, haciendo señas a Danubio para que lo abriera. Dentro, un agazapado marinero temblaba y mascullaba entre dientes algo que no paraba de repetir:

- Grandes alas rojas… No lo vimos llegar, apareció en medio de la tormenta. El fuego, sus gritos… Grandes alas rojas…

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