Wednesday, March 4, 2009

Cortinus (LADCA No 1, Vol 2)

Alquimio Batros se despertó en medio de la oscuridad, recostado sobre una superficie demasiado dura para su gusto. Tenía el cuerpo, del cuello para abajo, totalmente inmovilizado y la cabeza a punto de estallar con un fuertísimo dolor. Esto era lo que más le molestaba, el dolor no lo dejaba pensar (y no es que fuera uno de sus fuertes, pero de todos modos era frustrante). Además no lograba recordar nada de la noche anterior. Tras un buen rato de dolores y frustraciones, se dio cuenta de que mientras más intentaba averiguar como deshacerse de aquél dolor, más le dolía y menos averiguaba. Curioso círculo vicioso en el que se encontraba, pensó (y le volvió a doler la cabeza), así que se le ocurrió, a la luz de los acontecimientos y con dolor incluido, un plan para liberarse de su malestar: dejar de pensar como liberarse de su malestar. Algo parecía no tener mucho sentido en aquel plan y Alquimio lo sabía, pero no tenía la menor intención de profundizar en el tema por temor a alguna represalia cefálica.

Las horas fueron pasando con el capitán de la Zaarita aún en la oscuridad, aún inmóvil y aún con un fuertísimo dolor de cabeza, pero tratando de no profundizar en nada. Aburrido de tanto nada, o de tan poco todo, decidió que era momento de abandonar su plan inicial e idear uno nuevo, lo que le ocasionó el más agudo de los dolores que había sentido hasta ese momento. Pero justo cuando se disponía a poner en marcha su segundo plan, una puerta se abrió dejando pasar algo de luz en la habitación y dando forma a una extraña figura.

Haciendo un paréntesis, vale la pena mencionar que el hecho de que se abriera la puerta en ese preciso momento es una de las tantas pruebas de la innegable buena suerte de Alquimio Batros, pues su segundo plan involucraba morderse el cuello hasta arrancarse la cabeza, para ponérsela nuevamente cuando le hubiera pasado el dolor. Los que no conocen a Alquimio Batros podrían pensar que se trataba de un plan absurdo (y no estarían lejos de la verdad, pues además de absurdo se trataba de un plan demasiado estúpido), además de que resultaría imposible para cualquier ser humano morderse el cuello. Pero la verdadera verdad es que uno nunca debe subestimar a Alquimio Batros, y menos aún cuando se trata de hacer cosas absurdas y demasiado estúpidas.

Dejando de lado el paréntesis, la extraña figura se acercó, como tambaleándose, hasta la mesa donde se encontraba recostado el capitán de la Zaarita y donde una serie de grilletes lo mantenían apresado. La luz y la cercanía revelaron que lo único extraño de la figura (si es que a eso se le puede calificar como “lo único”) era que llevaba puesto un alto sombrero de 3 puntas, un gran aro alrededor de la cintura (que parecía estar haciendo hula-hula constantemente) y dos especies de largos conos en cada rodilla (uno delante y el otro detrás), que eran los culpables de su extraño caminar.

− Veo que ya despertaste − dijo la ahora perfectamente normal figura de un humanoide, aunque con un pésimo sentido de la moda y con una voz algo irritante. − Ya era hora, sabía que mi suero era efectivo pero nunca pensé que te tumbaría por tantos días.

− ¿Cuántos días han pasado y donde estoy? − preguntó el pirata, sorprendido de poder hablar a pesar del dolor.

− Llevas en mi torre 4 días y 3 noches, pero agradeceré que no me hagas más preguntas. Por uno de esos caprichos de la vida y las pociones, no podré dejar de decir la verdad en al menos un par de semanas más.

Interesante, pensó Albatros, acto seguido volvió a preguntar − ¿Quién eres, por qué me trajiste a tu torre y por qué me tienes inmóvil?, tu, pedazo de tonto con ropa horrible (fue el mejor insulto que se le ocurrió dadas las circunstancias).

− Mi nombre es Cortinus y me apasiona la magia arcana. Estás inmóvil para que no intentes escapar y te traje aquí porque te necesito para probar mi último invento: el deshuesador insitu, muy útil en la cocina y fiestas infantiles debo agregar. Creí haberte pedido que no me hicieras más preguntas − repitió la el pedazo de tonto con ropa horrible, y con un movimiento de sus manos y unas extrañas palabras cosió la boca de Alquimio Batros (o al menos eso creyó el pirata).

− Buobuobuo buobuobuo − replicó el pirata con la boca cosida, sin estar muy seguro de lo que estaba diciendo.

− Maldito Comprehend Languages, cuando aprenderé a quitármelo al terminar de leer mis novelas. Mira, la verdad no tienes por que preocuparte. Se que piensas que es muy malo lo que te está pasando, pero en realidad es un honor ser el conejillo de indias de mi nuevo invento. Es muy sencillo, ¿has visto como algunos magos hacen el truco ese de jalar un mantel y retirarlo de la mesa sin siquiera desacomodar los platos y copas que habían sobre él? Pues bueno, mi truco es bastante similar, solo que en lugar de jalar un mantel te extraeré los huesos dejando tus músculos, piel y demás órganos intactos.

Un rugido como de 10 leones se escuchó afuera de la habitación, y para la intranquilidad de Alquimio Batros, relativamente cerca.

− ¿Quisquirípiri, eres tú? ¿Te está volviendo a doler el estómago? − gritó en respuesta “payaso loco” (como empezaba a llamarlo Albatros en su mente), tras lo cual se dirigió nuevamente a su huésped cautivo − Cuantas veces tendré que decirle que no coma más de dos Gnolls entre comidas. Es un problema educar correctamente ¬a un… − y se retiró de la habitación murmurando entre dientes su última frase.

El capitán de la Zaarita, al escuchar cerrarse la puerta y ver como todo se iba oscureciendo nuevamente, trató desesperadamente de llevar acabo su último plan. El único problema era que con la boca cosida sí que resultaba imposible morderse el cuello. A lo más podía aspirar a peñiscarse un cachete por adentro, pensó, pero eso no resolvería ninguno de sus problemas.

Mientras tanto, en la Zaarita, tururururú…

Barra Bandera Albatros  
− Vamos muchachos, saben que es lo que el capitán Albatros hubiera querido − argumentaba Danubio al resto de la tripulación, tratando de convencerlos de que lo mejor que podían hacer en ese momento, descapitanados como estaban, era tomarse hasta la última gota de alcohol del barco. Y valgan verdades, no fue muy difícil convencerlos.

Los barriles y botellas de salasta fueron saliendo y la gente empezó a animarse. El sonido de los cristales al brindar y las risas de todos hacían que la Zaarita resultase un lugar bastante agradable para una llevar a cabo una desgraciada como esa (desgraciada le llamaban por el estado en el que solían terminar). De pronto un sonido metálico, como un golpeteo de cucharas (sin mucho ritmo pero con muy buena intención), hizo que todos entonasen:

Oooooooooooohhhhh,
Pirata soy yo, te guste o no,
y al mar llamamos hogaaaaaar,
tomamos salasta hasta decir basta,
acá chupan todos y muy entusiastas.

Pirata soy yo, te guste o no,
nos encanta acuchillaaaaaar,
lanzar unos dardos, jugar a los dados,
Saquear algún barco y al de los helados.

Pirata soy yo, te guste o no,
no nos vayas a arrechaaaaaar,
te hacemos burrito si nos da la gana,
a menos que quieras que pierda tu hermana.

Pirata soy yo, te guste o no,
no lo vayan a olvidaaaaaar,
la Sara pequeña es nuestra barcaza,
y ahí es donde uno se siente en casa…


Terminada la canción todos volvieron a lo suyo. Siguieron corriendo las botellas, siguieron abriéndose los barriles y los tripulantes de la Zaarita siguieron con lo que se habían propuesto. Y la cosa terminó de la única forma en la que podía terminar… en desgracia. No es que hubiera demasiado alcohol en la embarcación, sino que no eran tantos los que se disponían a tomárselo. Entiéndase por esto que no hubiera sido tanto alcohol si, en lugar de la tripulación de la Zaarita, se hubiera tratado, digamos, de un pequeño clan de enanos (no más de 45 o 50), que tras 80 años de trabajos forzados en alguna de las minas de los Mror Holds, sin siquiera un día de descanso y sin probar líquido alguno que no fuera extracto de roca (la cual, valgan verdades, no da mucho jugo que digamos), se ven recompensados de repente con una semana libre y carta blanca para tomarse todo lo que puedan en la taberna del pueblo más cercano.

El resultado de aquella desgraciada fue que: Segundo perdió sus cucharas, Danubio trató de enseñarle a Cosofrito y a Grillo a bailar a punta de latigazos, Grillo aprendió a bailar, Cosofrito descubrió que lo suyo no era ni el baile ni los latigazos, el Zurcado y el Glasas se enfrascaron en una larga discusión acerca de el origen de la vida y llegaron a la conclusión de que lo más pequeño es el éter, el Doc encontró las cucharas de Segundo al indagar sobre el por qué le resultaba tan incómodo estar sentado (nadie más quiso indagar al respecto), Tito se oxidó la mandíbula y Chino viejo se quedó dormido por 4 días y 4 noches.

Barra Bandera Albatros
El efecto del suero comenzaba a disiparse, sus músculos empezaban a responderle y la cabeza le dolía un poco menos. El hechizo que le cosía la boca había desaparecido ya, pero Albatros no planeaba hacer ningún sonido que llamar la atención de su captor o de su mascota come Gnolls. Con la cabeza en mejor estado no tenía sentido seguir con su plan inicial de arrancársela a mordidas, ahora podía intentar otras formas de librarse, muchas de ellas menos dolorosas. Finalmente decidió que si no podía levantarse de la mesa la mesa tendría que levantarse con él, y empezó a balancearse de un lado a otro con la intención de voltearse con todo y mueble. Todo salió como estaba planeado, solo que un poco más doloroso y con bastante más bulla, pero ya estaba hecho y para suerte del capitán de la Zaarita, los grilletes que lo sujetaban se aflojaron y pudo liberarse de ellos. Acto seguido se puso de pie, caminó silenciosamente hacia donde recordaba que estaba la puerta y en la oscuridad le dio un golpe con la canilla a un banco de piedra (de mierda fue lo que pensó Alquimio Batros, pero estaba equivocado, el banco era piedra). Logró contener el grito de dolor con muchísimo esfuerzo, sus dos manos y unos saltitos en una pierna, pero al parecer la habitación se encontraba llena de obstáculos, pues al tropezar con un segundo banquito fue a dar de cara contra una pequeña mesa que se volteó arrojando al suelo algunas botellas y frascos que hicieron mucha bulla al destruirse contra el piso. La escena se repitió con Alquimio Batros poniéndose de pie, avanzando hacia la puerta y pateando el mismo banco de piedra, solo que esta vez prefirió morderse los labios antes de empezar a saltar (lo cual no es que fuera menos doloroso, pero si menos improductivo). Caminando con un poco más cuidado, el capitán de la Zaarita logró llegar hasta la puerta. Abrió la cerradura y la empujó solo un poco, como para ver a través de una rendija si había alguien afuera.

Ahora bien, muchos querrían utilizar el ejemplo de lo que ocurrió a continuación como una prueba fehaciente de que Alquimio Batros no siempre tenía buena suerte, pero en realidad se trata de todo lo contrario. Al romper en pequeños pedacitos los frascos y botellas que se encontraban sobre la pequeña mesa, una pequeña cantidad de un extraño líquido se derramó formando un pequeño charquito. Una pequeña rata que pasaba por ahí no tuvo mejor idea que darle una pequeña probadita a la pequeña cantidad de liquído derramado, el cual tenía un sabor asquerosamente desagradable e hizo que la pequeña rata saliera corriendo de la habitación en busca de un poco de agua, y al cruzar la puerta activara la alarma. Nada de esto calificaría como prueba de la buena suerte de Alquimio Batros si éste no hubiera perdido el equilibrio cuando la rata pasó entre sus piernas, si no hubiera trastabillado hacia atrás y si no se hubiera resbalado con la pequeña cantidad líquido derramado, chocando aparatosamente contra una especie de armario que se vino abajo con el pirata, regando por el piso todo el equipo del capitán de la Zaarita.

Tras ponerse todo su equipo de vuelta, Alquimio Batros hubiera querido ocultarse pero no tenía ni idea de donde, el cuarto se encontraba aún en penumbras y no lograba distinguir nada que pudiera servirle como escondite. De pronto escuchó los pasos de alguien que se acercaba, así que optó por al menos oponer resistencia si no podía pasar desapercibido. Grande debe haber sido su sorpresa al comprobar que el banco que estrelló en la cabeza del Gnoll, que acababa de entrar a la habitación, no era del material que él pensaba, sino efectivamente de piedra, y de una muy dura, pues dejó al hombre-perro inconsciente tirado en el piso.

Alquimio Batros tomó las llaves que el Gnoll llevaba consigo, salió rápidamente de la habitación y, desubicado como estaba, corrió sin dirección por unos minutos entre puertas, pasillos y escaleras, hasta que al cabo de un rato se topó con una gran puerta que no pudo abrir. La puerta se veía mucho más segura y resistente que las demás, además de tener un mejor acabado y unos extraños símbolos (indescifrables para el pirata) grabados sobre ella. Alquimio Batros se dispuso entonces a probar las llaves que tenía, hasta que a la decimoquinta llave la puerta se abrió y un conejo salió corriendo. Por más que aquello resultara muy extraño, la curiosidad pudo más y Alquimio Batros entró al salón que ahora se mostraba ante sus ojos. Éste era amplio y bastante alto, tal vez como dos niveles de la torre, exageradamente decorado por muebles rotos y con un desorden general que hacía pensar que nadie lo limpiaba hacía mucho tiempo (o que una bestia de 15 pies de alto y 200 toneladas vivía ahí… y por eso nadie lo limpiaba hacía mucho tiempo). El capitán de la Zaarita cerró la puerta tras de él y fue avanzando sigilosamente. Tras haber caminado unos 30 pies, una fuerte ráfaga de viento (con muy mal olor dicho sea de paso) le voló su sombrero de la cabeza. Se dio vuelta y se agachó para recogerlo, cuando algo se posó sobre él, haciendo una extraña sombra. Se preguntó que haría una nube con forma de cabeza de perro dentro de una torre, levantó la vista y se encontró con un Mivilorn que lo miraba con cara de...

Antes de continuar, otro paréntesis: Los Mivilorns son enormes criaturas mágicas extraplanares (aunque eso depende de en que plano estén), que se asemejan a un cruce entre un elefante y un perro. Es bien sabido que los Mivilorns poseen diferentes caras dependiendo de la comida que les toque. Un consejo bastante práctico para reconocer las caras de los Mivilorns implica conocer, con la mayor precisión posible, el momento del día en el que se lo encuentra. Por ejemplo, si un Mivilorn lo mira fijamente a uno entre las 7 y las 11 de la mañana, es muy probable que lo esté mirando con cara de desayuno. Si en cambio la mirada se da entre el mediodía y las 3 de la tarde, la cara del Mivilorn posiblemente será una cara de almuerzo. Algo peculiar sucede con la cara de los Mivilorns entre las 5 de la tarde y las 9 de la noche. En este caso resulta complicado deducir si la cara del Mivilorn es de lonchecito, o de cena. Algunos expertos en la materia afirman que esto depende de que tan contundente fuera el almuerzo del Mivilorn. Otros, creen que en realidad la cara del Mivilorn es la misma y que es la victima la que se pone en el lugar de uno o de otro (incluso hay algunos psicólogos que piensan que poner a un paciente frente a un Mivilorn, alrededor de las 6:30 de la tarde, es una excelente forma de determinar el nivel de autoestima de éste, al saber si se considera un simple bocadillo o una buena comida). Finalmente, un grupo de científicos originarios de una isla lejana han agregado una nueva cara al Mivilorn, la única que no posee un rango de tiempo sino una hora exacta, las 5 de la tarde… la cara del té. Todo esto, obviamente, se trata de especulaciones, pues no se tiene conocimiento de alguien que hubiera presenciado más de una de las caras de un Mivilorn y haya sobrevivido para contarlo (o hacer un identikit). Se adjunta la pintura hecha por un artista anónimo para que se tenga una idea de cómo se ve un Milivorn. Se desconoce la hora en que fue retratada la bestia así que saquen sus propias conclusiones.

Cuadro Milivorn con marco copy
Alquimio Batros se preguntó que hora sería, pero como aún seguía algo desorientado no le quedó más que adivinar. Estudió la expresión del Mivilorn y tras unos segundos concluyó: cara de desayuno. Acto seguido, se preguntó si mojar sus pantalones podría ser considerado como una muestra de valentía en alguna cultura, y como podría hacer para volverse de esa cultura. Finalmente decidió que si se lo iban a desayunar al menos querría saber feo y dio rienda suelta a su vejiga. La puerta se abrió detrás de él y apareció Cortinus.

− ¿Qué estás haciendo aquí, no sabes acaso que es la hora de comer de Quisquirípiri? − preguntó Cortinus sorprendido por la presencia del pirata. Tras de él entraron tres Gnolls, sujetando cada uno una vaca.

− Lamento interrumpir, disculpen… pero no se preocupen, regreso luego − y Alquimio Batros trató de retirarse haciendo una reverencia con una sonrisa y su sombrero aún en la mano (la sonrisa en la cara obviamente), pero los Gnolls le cerraron el paso. Las vacas, por su parte, decidieron que lo más adecuado, dadas las circunstancias, sería imitar al pirata (y lo hubieran hecho a la perfección de haber tenido pantalones).

− Quisquirípiri, descuida, puedes comerte a este intruso. Yo buscaré a alguien más para probar el deshuesador in situ. − pero Quisquirípiri hubiera sorprendido al mayor de los expertos, pues parecía haber desarrollado una nueva cara: cara de buffet.

El Mivilorn, de un salto que golpeó el techo e hizo que la habitación temblara, se posicionó entre su comida y la puerta, aplastando a uno de los Gnolls. Abriendo la boca en toda su extensión soltó un terrible rugido, similar al que había escuchado Albatros cuando estaba aún inmóvil sobre la mesa. Los dos Gnolls que aún quedaban de pie dejaron a las vacas y desenfundaron sus alabardas. Quisquirípiri devoro a uno de éstos de un solo bocado y ni siquiera se dignó a escupir el arma. El capitán de la Zaarita, que había estado esperando el momento oportuno para actuar, vio que esta era su oportunidad y fue corriendo a esconderse al fondo de la habitación.

− Quisquirípiri, por favor que haces, son las vacas a las que tienes que comerte. Cómo esperas que proteja la torre si te comes a todos mis Gnolls − Pero Quisquirípiri parecía no entender, y después de unos segundos de masticar su primer bocado, fue por el segundo. El segundo bocado, perdón el último de los Gnolls, se abalanzó contra el Mivilorn cargando con su albarda, pero ésta solo le hizo cosquillas. Era el turno de la bestia, que imitando al Gnoll, cargó contra todos atropellando al imitado, a las tres vacas y a Cortinus. El mago se puso de pie bastante adolorido y con un movimiento de su mano derecha hizo aparecer en ella un báculo.

− Lo siento Quisquirípiri, pero sabes bien que debo castigarte. − y con su báculo disparó un rayo de electricidad que fue a dar en la cabeza del Mivilorn. La bestia volvió a rugir, difícil decir si fue por dolor que le ocasionó el rayo o porque le molestaba que no lo dejasen comer tranquilo.
Alquimio Batros, que observaba toda la escena asomando solo los ojos desde detrás de su escondite, decidió que ya había visto suficiente, se puso de pie y corrió hacia la puerta que ahora estaba libre. El Mivilorn, que había designado al pirata como su postre, no estaba dispuesto a permitir que éste se le escapara y lo persiguió a través de la habitación y afuera de ella por la escaleras, derribando todas las columnas, estatuas y puertas de la torre que se interpusieran entre él y el pirata.

Alquimio Batros entró a otro gran salón, decorado con muchas estatuas, obras de arte y cuadros enormes. El pirata se detuvo en seco, se dio media vuelta y enfrentó al Mivilorn.

− Alto ahí perro superdesarrollado. − y extrañamente Quisquirípiri se detuvo, pero aún con expresión amenazadora ¬− No voy a negarte que debo verme realmente apetitoso, pero eso no me parece motivo suficiente para permitirte que me devores. En cambio, si te parece, no le veo ningún inconveniente a que te comas al payaso desempleado − Un agotado Cortinus acababa de aparecer detrás del Mivilorn, doblado, apoyando las manos en sus rodillas y respirando con dificultad. Si Alquimio Batros hubiera sabido que Quisquirípiri no entendía ni una palabra de lo que estaba diciendo, tal vez hubiera reconsiderado la idea de retomar la huida. Pero ya estaba cansado y estos eran manotazos de ahogado. − Entonces, que dices, ¿yo lo agarro y tu te lo comes?

El Mivilorn rugió más fuerte que nunca, las estatuas se tambalearon y un par de cuadros cayeron al piso.

− Está bien, espera, yo se que es lo que necesitas. − el pirata buscó desesperado con la vista algo que le pudiera salvar el pellejo, pero lo único que encontró fue una varilla de cristal sobre uno de los pedestales y la tomó.

− No, detente, no la vayas a arroj… − gritó Cortinus, pero era demasiado tarde. Alquimio Batros acababa de lanzar la varilla al centro de la habitación, y ésta, como suelen hacer las varillas de cristal cuando chocan contra algo duro (como el piso), se hizo añicos. El salón volvió a temblar, pero esta vez como si 500 Mivilorns hubieran rugido a la vez. Las estatuas cayeron al piso (una de ellas aplastando a Cortinus), los cuadros terminaron de descolgarse y parte del techo empezó a desprenderse. Desde donde se había roto la varilla surgieron varias grietas en el piso en todas direcciones, que se multiplicaron al llegar debajo de Quisquirípiri y terminaron por hacer que la piedra que lo sostenía cediera y el Mivilorn cayera al nivel inferior. El piso seguía resquebrajándose y ahora grandes trozos del techo caían, acelerando el derrumbe del salón. Alquimio Batros fue corriendo de puntitas hasta la puerta, esquivando pedazos de piedra que caían del techo, y salió de la habitación justo cuando los temblores se detuvieron.

Ya no quedaba ni un solo Gnoll a la vista, todos debían haber huido al ver a Quisquirípiri corriendo por los pasillos. Alquimio Batros abandonó la torre y se preguntó dónde estaría y como había llegado ahí, el paisaje no le resultaba familiar. Afuera el cielo estaba despejado, los pajaritos cantaban y al sol aún le faltaba un buen trecho para llegar posarse sobre la cabeza del pirata. El capitán de la Zaarita emprendió la marcha dejando atrás la torre de Cortinus, sin saber hacia donde se dirigiría. Entre tantas preguntas el salir afuera al menos le había dejado algo en claro, definitivamente se había tratado de una cara de desayuno.

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